miércoles, 12 de junio de 2019

Cruzada orcurantista sobre los hombros de una niña

Erwin Bazán, y el padre Jordá, en representaciòn de la iglesia oscurantista, posan junto a un profesional de la salud a lado de la incubadora en que se encuentra la bebé prematura, nacida de la violación a una niña de 14 años. 
Por: Mila Matías

No es el bendito fruto del vientre de una virgen concebida por obra y gracia del Espíritu Santo. No es una de esas historias de fantasía que nos siguen contando en pleno siglo XXI. Es el fruto de la violación de un hombre de 43 años sobre una niña de apenas 14. Ella era la trabajadora y él, el patrón. Pero, aun así, la iglesia en pleno se regodea haciendo bandera de una injusticia -tanto para la niña violada (hoy madre) como para la bebé nacida prematura- , e intentando presentar como milagro un acto abominable por donde se lo vea.

“Me ha tocado como una especial bendición (…) apadrinar espiritualmente a una sobreviviente del aborto, a una bebé que se convierte en la denuncia viva de una cultura de la muerte, de leyes que engendran muerte”, de esta forma se refería Erwin Bazán, secretario de la prensa del Arzobispado de Santa Cruz y autonombrado padrino de la bebé, que en un acto más de su campaña oscurantista la bautizaron Victoria.

Se sienten victoriosos -¡cómo no!- de que una niña no haya podido decidir libremente, obligándola a ser madre cuando ella jamás así lo quiso, sin reparar en el dolor, ni el daño irremediable, ni en los sueños frustrados de una niña de escasos recursos que, para seguir viviendo, estudiando y pensando en un futuro posible tuvo que optar por trabajar y terminó siendo violada.

No hubo aborto, obligaron a parir a una niña

“Bebé sobrevive a un aborto” se apresuró a titular la prensa amarillista. Pero acá no hubo aborto, acá hubo inducción a un parto prematuro. Agarrándose de la objeción de conciencia, se negaron la solicitud de una niña violada. Obstaculizaron el acceso a un aborto no punible con la prontitud que merecía. Dilatando el proceso, que debió ser expedito (24 horas), se obligó a una niña a cursar un embarazo hasta la semana 26 y se la obligó a parir. Así de atroz. Una abominación donde el Estado tiene su alta cuota de responsabilidad, porque no tuvo la voluntad política de contrarrestar la objeción de conciencia, designando de forma inmediata a otros profesionales médicos que cumplan la norma haciendo posible el acceso a un aborto en caso de violación a una menor de edad.

No hablen de aborto señores, acá se obligó a parir a una niña. Eso es lo real. La han forzado a una maternidad que ella no decidió ni deseó. Eso es tortura. Eso es violencia.

Este parto prematuro representa la cultura de la violación y de la impunidad sobre miles de mujeres y niñas. Es la manifestación viva del atropello que se comete contra las capas más pobres de los explotados, contra las mujeres y niñas trabajadoras. Contra las burguesas, no. Ni tampoco contra las pequeñoburguesas acomodadas. Ellas abortan en clínicas de lujo, allí donde la objeción de conciencia se la guardan en el bolsillo, junto a la marmaja de dinero que se cobra por un aborto -clandestino pero seguro. La desgracia de esta niña fue ser pobre, no poder pagar un aborto clandestino y aferrarse a una ley que no se cumple.

Como Pedro por su casa…

La “sacrosanta” iglesia dice estar acompañado a la niña victima de violación “con todos los medios necesarios” y que en coordinación con la Defensoría de la Niñez (¡qué despropósito!) han asignado una psicóloga -perteneciente al Servicio de Orientación Familiar de la Iglesia católica- para “asesorar” a la víctima. ¿Para que asuma la maternidad tal vez?

¿Por qué la iglesia tiene que meter sus sucias manos en un asunto que le compete al Estado? ¿Sucias manos? Sí, porque están pringadas de los aberrantes casos de pedofilia que, como institución, encubrieron hasta el cansancio.

Resulta que ahora, en plena vigencia del “Estado Laico”, caminan por los hospitales cual Pedro por su casa. Tienen acceso a la víctima. Meten sus narices por donde se les antoja y, con total impunidad, introducen su hipócrita moral al seno de una familia signada por el dolor y el sufrimiento. Se regocijan y publicitan sus “logros” por todos los medios. Ahora dicen que consiguieron que una tía de la víctima acepte hacerse cargo de la bebé. Es decir, que la bebé se queda en el seno familiar, como una lacerante herida sobre la niña violada.

A ellos, no les importa las víctimas, ni la niña violada, ni la bebé prematura. No se harán cargo. Por eso el flamante padrino llama que “adoptemos a Victoria en nuestros corazones”. Dictar normas morales y luego lavarse las manos, es lo único que saben hacer los hipócritas.

Pero, es el Estado quien permite que la iglesia se tome atribuciones que no le competen. Porque estamos no sólo ante un atropello clerical, sino frente a una cruzada del Estado y la Iglesia para someter a las mujeres más pobres. Porque para la Iglesia, como para el Estado burgués, las mujeres no son nada más que úteros, incubadoras vivientes que producen hijos, no importa si estos son producto de violaciones, no importa si las violadas son adultas o niñas y tampoco importa el destino que vayan a correr estos hijos. El Estado y la Iglesia deliberan y deciden sobre el cuerpo de la mujer, la obligan a parir, pero luego se desentienden, y la maternidad se lleva en las condiciones más deplorables (desempleo, trabajos precarios para las familias trabajadoras, pésimos sistemas de salud y educación etc.) con la -¡ahora sí!- absoluta ausencia del Estado. Es ahí que la iglesia aparece nuevamente, cumpliendo su rol de garante del estatus quo, adormeciendo a los pobres y resignándolos a sus padecimientos impuestos por un sistema de opresión y de violencia.

¡Basta!

La injerencia de la iglesia es violencia y sometimiento para las mujeres y el pueblo. Hoy más que nunca es urgente levantar nuestra voz por la separación de la Iglesia del Estado. No sólo hay que expulsarla del sistema educativo y del sistema de salud, hay que expropiar todos sus bienes. Ruta contraria a la asumida en la flamante Ley de Libertades Religiosas, donde se le extiende los privilegios.

¡Basta! Desde nuestras entrañas, desde nuestra opresión cotidiana, salgamos a luchar y a organizarnos contra este sistema, maquinaria de explotación y opresión hacia nuestra clase y hacia nuestra condición de haber nacido mujeres.


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